domingo, 25 de septiembre de 2011

37.: El Hueso



Todo cuanto se diga de esta historia no es más que el intento por decir algo cercano a lo que ocurrió. La verdad del asunto queda para quienes lo vivieron, y para cada uno será una historia particular.
Pido disculpas a quien lea el desdibujado intento que aquí hago, pero la verdad es que si un día tuve mi verdad, el tiempo se encargó de quitármela, lo que en más de un sentido me alivia y libera.
Disfruten del espejismo y si en algo les resulta familiar, no piensen mucho en ello, dejen pasar el tiempo como yo lo he hecho y luego verán, lo mismo que yo ahora, sólo un recuerdo confuso de un tiempo que ya pasó.

...
 
Iba y venía de un lado a otro de la habitación, se retorcía las manos y espasmódicamente las estrujaba con fuerza contra su cara desfigurada por la desesperación.
Ahora no le quedaba nada, ni siquiera una esperanza, pues lo último que tenía para sobrevivir, se lo comió en un ataque de hambre.
Hambre, ese dolor punzante que hace brotar abundante saliva dentro de la boca al evocar la más mínima sustancia comestible, el más insignificante olor. Ese dolor que llevado al extremo es un taladreo en el vientre, un ácido que parece esparcirse y destrozar todo a su paso.
Pero no tenía sentido seguir pensando en ello, pues su sustento no existía ya. Éste había sido por varios años un pedazo de un hueso de extraña procedencia que disputó en un sótano a un perro que quedó atrapado ahí después de aquel día.
Con gran esfuerzo logró conservarlo. Al principio lo escondió, después lo puso en un frasco, al cabo de un tiempo lo enterró en el patio de lo que le quedaba de casa.
Cuando los inspectores zonales comenzaron a allanar los domicilios de quienes habían sobrevivido diciendo que, tenían órdenes superiores de requisar todo tipo de comestibles con fines comunitarios, no lograron encontrar nada, ni una migaja de pan. Desprovisto de interés para ellos, ese mismo día le comunicaron que estaba excluido de la comunidad.
El tiempo se sucedía sin ninguna señal que acusara que el planeta seguía girando sobre su eje. Ya no quedaban inspectores zonales, ni tampoco ratones, ni perros, ni nada que se movilizara por sí mismo. Sus uñas desaparecían y sus dientes amenazaban hacer desaparecer los dedos.
La desesperación lo hacía su presa, cuando de pronto recordó, como quien es iluminado, el histórico hueso. Corrió al patio, estaba muy oscuro, era de noche, pero eso no importaba, hacía varios años que era de noche. Trató de recordar el lugar exacto, pero no logró dar con él. Escarbó decenas de veces, sus manos sangraban, al fin el agujero de turno era el correcto. Lo encontró.
Que feliz se sintió al olerlo, al mirarlo, al tocarlo. Se podía comer, comer, comer. Pero de pronto pensó en el día siguiente, y en el siguiente y aún más.
Qué tortura tener que pensar.
¿Por qué no se lo comió entonces?, ¿Por qué lo hizo durar tanto tiempo?, ¿Por qué no fue más animal en ese momento si ya no había nadie con quien comparar su más o menos bestialidad? Quizás hubiese evitado tantos años de ataduras y remordimiento, pensando en que no podía comérselo de una vez y, pensando en el día en que los inspectores zonales  se comieron mutuamente, cuando ya no tenían órdenes superiores.
Aquellos días, mejor dicho, aquellas noches ¿eran pasado o futuro?, no sabía qué significaban esas palabras, ya no sabía nada, qué bueno era no saber nada.
Ahora ya no tenía ataduras ni remordimientos, como cuando amarraba periódicamente el hueso con un pedazo de alambre y lo hacía hervir y luego se tomaba el caldo o el brebaje resultante de esa operación.
Conforme pasaron los años, el hueso perdió progresivamente por efecto del agua y el calor, todo color, todo indicio que acusara que alguna vez fue un hueso recubierto de carne.
Sin contar con esos ataques de hambre en lo chupaba y lo chupaba, de vez en cuando lo mordía. Qué agradable era hacer aquello, pero de inmediato aparecía el remordimiento y la angustia de pensar en mañana.
Llegado el momento en que el hueso ya cabía dentro de su boca y por estar padeciendo un ataque de hambre, se lo comió.
Todos estos pensamientos cruzaron rápidamente por su mente, por lo que le quedaba de mente y ya no pensó más. Sólo siguió la dirección de su hambre, siguió comiendo.
Comiéndose.


DAROKHI
Mayo de 1987

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